Yo, Fumador
Fumo, señores del jurado. Eso significa que soy sudaca, tercermundista, probablemente inmigrante ilegal y, claro, casi negro o casi oscuro o poco blanco. Fumo desde los doce años y, con el primer cigarrillo fumado a hurtadillas en la terraza de la casa de mi abuela tuve una erección. Esto es: entiendo a los indios taínos. Ya sé que no hay vínculo entre el sexo y el tabaco, pero déjenme seguir con la inocencia de mis doce años. Ahora, a los cuarenta y ocho, cuando tengo una erección fumo para festejar. Vivo, desde hace años, fuera de la ley, y con la conciencia culpable de matar a cada paso a un fumador pasivo. Afortunadamente, nadie se ha muerto aún ante mi vista por culpa de mi humo. Vivo en las “smoking area”: esos cubículos sucios de los aeropuertos, en los que el aire induce a vomitar. Sé por experiencia que los detectores de humo son aparatos tecno-psicológicos: inducen miedo y sólo suenan si se les fuma a cinco centímetros o menos. He decidido, hace tiempo, no ir donde no me dejan fumar. Mis amigos creen que esto obedece a mi grado de intoxicación, pero no es así: lo he transformado en una cuestión de principios. Quienes me invitan donde sea saben que cargo con mi humo: ya sea un estudio de televisión, una conferencia en un teatro, una cena privada. La decisión fue saludable: no creo, hasta ahora, haberme perdido de nada tomándola. La consecuencia más notable ha sido reducir de manera drástica mis viajes a los Estados Unidos: ese país donde al entrar a uno le revisan los zapatos, le solicitan una radiografía anal detallada y lo interrogan como si fuera miembro de Al Qaeda. Fumo, claro, cigarrillos americanos. Hace más de treinta años.
Jorge Lanata
Por decisión propia dejé de fumar. El último pucho se fue con las esperanzas mundialistas de la selección argentina en el 2006. ¿Por qué ese momento? sólo una excusa, quería dejarlo. Pero más allá de la meta personal (con o sin razones), lo que siempre me llamó la atención fueron las campañas antitabaco, mejor dicho, lo pésima que fueron y son las campañas antitabaco. Jamás funcionaron ni van a funcionar. Sus estrategias, al contrario de lo que me esperaba, me producían más ganas de fumar, quizás por odio o evidente falta de creatividad hacia lo que tenía frente a mi ojos. Esqueletos felices, sentados a una mesa, con guadañas y compartiendo un cigarrillo, en la adolescencia, era más tentador todavía. Tenían guadañas!!!, y tabaco para convidar.
Siempre se vendió el fumar como un acto cool, es verdad. Pero, ¿porque no se hizo lo mismo con el "no fumar"? ¿acaso no era más fácil? Los argumentos, como el de Lanata, terminan siendo más convincentes (y creativos) que las prohibiciones. Los argumentos, más que los hechos o las estadísticas, en ocasiones, terminan siendo influyentes y decisivos.
Por decisión propia dejé de fumar. El último pucho se fue con las esperanzas mundialistas de la selección argentina en el 2006. ¿Por qué ese momento? sólo una excusa, quería dejarlo. Pero más allá de la meta personal (con o sin razones), lo que siempre me llamó la atención fueron las campañas antitabaco, mejor dicho, lo pésima que fueron y son las campañas antitabaco. Jamás funcionaron ni van a funcionar. Sus estrategias, al contrario de lo que me esperaba, me producían más ganas de fumar, quizás por odio o evidente falta de creatividad hacia lo que tenía frente a mi ojos. Esqueletos felices, sentados a una mesa, con guadañas y compartiendo un cigarrillo, en la adolescencia, era más tentador todavía. Tenían guadañas!!!, y tabaco para convidar.
Siempre se vendió el fumar como un acto cool, es verdad. Pero, ¿porque no se hizo lo mismo con el "no fumar"? ¿acaso no era más fácil? Los argumentos, como el de Lanata, terminan siendo más convincentes (y creativos) que las prohibiciones. Los argumentos, más que los hechos o las estadísticas, en ocasiones, terminan siendo influyentes y decisivos.